sábado, 24 de noviembre de 2007

Binéfar Apocalipsis - Prólogo

La iglesia parroquial de Binéfar nunca ha sido un lugar demasiado acogedor, oscura, húmeda y fría; podía tener cierto valor espiritual para los fieles que en tiempos pasados acudían a ella, pero como morada en la cual desarrollar la vida cotidiana presenta más bien pocas comodidades aparte de ser espaciosa. A pesar de todo, un grupo sigiloso de cuatro sombras se dirigen hacia ella a pasar la noche. Al refugio de una calle sin iluminación y de un cielo sin astros avanzan confiados hacia la entrada principal, de pronto el de menor estatura se detiene y mira inquisitivo a su alrededor.

- Chicos, en este lugar hay algo extraño. Les dice en un susurro.

- ¡Deja de jodernos ya!, siempre estás viendo fantasmas y mientras tanto lo que nos pasa es que estamos jodidos de hambre.

- Hay dos cosas que tu estupidez no te deja ver, la primera es que si miras a todos los edificios de esta plaza, ninguno presenta síntomas de dejadez o saqueo, además de tener las puertas reforzadas y la segunda es que acabas de gritar y si hay alguien ya nos habrá oído. Replicó el bajito.

- ¡A tomar por culo! Si nada ha sido saqueado, hoy lo será, ya va siendo hora de que tengamos un día de suerte.

Tal como acabó sus palabras se dirigió directamente hacia la puerta de la iglesia e intentó abrirla de una fuerte patada, la puerta no dio síntomas de abrirse, a esto le siguió de nuevo otra patada, patada, patada, parecía que la puerta empezaba a moverse. Viendo sus compañeros que a pesar del estruendo que se formaba, quizás su amigo tuviera razón y tuvieran un día de suerte, así que se sumaron a sus intentos, patada, patadas, patadas, patadas, la puerta cedía, patadas, patadas, el cansancio empezaba a aparecer en los cuatro hombres, pero su objetivo parecía cercano, patadas, patadas, patadas, CAMPANA, cuando la campana sonó la puerta cedió, los cuatro compañeros se quedaron rígidos, más aun cuando una luz proveniente del corazón mismo de la iglesia de San Pedro ilumino sus rostros.

- Bienvenidos a la casa del señor, hoy es vuestro día de suerte, os reuniréis de nuevo con vuestro padre, así sea. Acompañando la última palabra de la oración sonaron cuatro flechas apocalípticas destinadas para aquellos que querían saquear la iglesia de Binéfar, que no era cómoda ni cálida, pero en cambio si tenía unos muros gruesos, tan sólo dos entradas y una plaza prácticamente cerrada en su entrada principal, lo cual dificultaba el acceso. Después de todo, quizás no fuera tan mal lugar para refugiarse

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